Estos días he visto de nuevo la escena final de Desayuno con diamantes (Breakfast at Tiffany's), de Blake Edwards. Tan emblemática como la escena inicial, con Holly tomando café y croissant frente al escaparate de Tiffany's, un hábito matutino, tras un duro día ejerciendo de escort, la escena final opera a modo de anverso emocional. Un taxi deja a Holly, pero esta vez no a las puertas del sueño americano, sino ante un desolado callejón, en una tarde lluviosa, donde Gato, abandonado y después recuperado, cierra la coda del drama como recurrente metáfora de el viaje afectivo de Holly a lo largo de la película. "Somos un par de seres que no se pertenecen, un par de infelices sin nombre, porque soy como este gato, no pertenecemos a nadie. Nadie nos pertenece, ni siquiera el uno al otro", confiesa Holly.
Truman Capote odiaba este final made in Hollywood, complaciente y convencional. La lluvia, un callejón, miradas cruzadas, abrazo a Gato y beso final. Sin duda, la novela de Capote es superior a la película en matices y profundidad narrativa, en sombría contundencia, pero es difícil no recordar en nuestra retina cinéfila esta y otras escenas de la película. Es la magia del cine, donde una sola escena, por peregrina que sea, puede trascender su banalidad sin merecerlo. Unos elementos convencionales bastan: la lluvia como reflejo y acelerante de las emociones de Holly, el callejón como recurso psicoanalítico, Mancini aderezando el plano...
Comparto contigo la secuencia visual que ilustré de la escena final de la película. Cuando lo dibujaba me fijé en detalles de los planos, como ese cartel que reza for rent, que me evocó el oficio y las emociones de Holly, o esos segundos sin apenas diálogo, donde habla la lluvia y Mancini, hasta ver The end en la pantalla.
Quizá un día veamos en los cines una versión cinematográfica más fiel a la novela de Capote. Mientras tanto, disfrutad revisitando o descubriendo por primera vez esta película.
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